Pánico escénico

Carmina Granja llenó sus pulmones de aire y trató de calmarse. De pie sobre unos inestables tacones y rodeada de una momentánea pero abrumadora oscuridad, sacudió la cabeza mientras se preparaba para librar, una vez más, aquella encarnizada batalla contra uno de sus mayores temores.

A excepción de sus manos, que frotaba con desesperación contra su vestido para zafarse del sudor que las impregnaba, ninguna otra parte de su cuerpo parecía querer responder a las órdenes que enviaba su cerebro. Por si fuera poco, el leve rumor de los crecientes y vivaces cuchicheos que le llegaban desde el patio de butacas hizo que algo en su interior se removiera. Por un momento, sintió una punzada de envidia al pensar en lo fácil que era esa situación para ellos. Mirar, aplaudir, hacer críticas. Constructivas, sí. O quizá destructivas. Su ansiedad aumentó ligeramente. No, no. Nadie debía notar eso. Su ansiedad aumentó un poco más. Habría tragado saliva si su cavidad bucal no hubiera estado completamente seca.

Cada nuevo pensamiento no hacía más aumentar la frecuencia de sus latidos. El no saber si aquello era pura emoción o, por el contrario, pánico escénico, la desconcertaba. Sintió un enorme vacío al pensar en las notas que tendría que cantar. No podía hacerlo mal. No quería decepcionarlos. Tal vez aquello fuera demasiada responsabilidad para ella.

Sin embargo, algo en lo más profundo de su ser sabía que aquel era su sitio. Todos lo sabían. No era la primera vez que iba a plantar sus pies en un escenario, pero aquella noche estaba fantaseando demasiado. Necesitaba que la oscuridad reinante diera paso a la luz de los focos cuanto antes. Necesitaba un impulso para vencer al miedo. Necesitaba lanzarse al vacío y desplegar sus alas. Necesitaba dejar de pensar y empezar a disfrutar.

No hubo ni una sola noche en toda su carrera en la que no se preguntara a sí misma por qué había elegido esa profesión. Eran solo esos crueles minutos de espera los que le hacían plantearse si de verdad todas aquellas incómodas sensaciones merecían la pena. Sin embargo, como cada noche, un solo paso al frente y un chute de adrenalina bastaban para hacerle darse cuenta de que sí.

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