Estar de vuelta le hizo tener la sensación de que había pasado mucho tiempo desde que su arrebatada adolescencia llegó a su fin. De pie en un desolado balcón de piedra, volvió la mirada hacia su ahora oscuro dormitorio para comprobar, con una inmensa nostalgia, que no había cambiado nada. De súbito, los recuerdos se agolparon en su mente y los latidos del pasado inundaron todo su ser.
Por aquel entonces, no existía una dama más bella, más dulce y mejor atendida que ella. Su nodriza zumbaba a todas horas a su alrededor para que su apariencia se mantuviera perfecta, mientras sus padres, en cualquier otro aposento, discutían en un culto y fluido italiano sobre el futuro de la criatura. Los días eran monótonos y las horas pasaban muy lentas, en especial durante las gélidas noches, en las que la muchacha solo conseguía quedarse dormida cuando se concentraba en el olor a jazmín de las sábanas y en la extrema suavidad de su camisón de seda.
De vuelta en el presente, la escuálida figura posó una mano sobre la fría piedra del balcón y dejó que su mirada vagara una vez más por entre las nubes, tan mansas y puras como antaño, que parecían sonreírle como si se alegraran de volver a verla después de tanto tiempo. Sí, aquel balcón había sido testigo de sus deseos más profanos y de sus actos más rebeldes, pero también de sus momentos más felices. Recordó cómo ese sol hacía sus días un poco más alegres y cómo solía desear que los pájaros pudieran regalarle apenas un ápice de su libertad. Disfrutaba del exterior incluso cuando el cielo se tornaba gris, la lluvia la empapaba por completo y el estruendo de la tormenta invadía sus oídos. Ella misma acabó convertida en una tormenta.
Definitivamente, aquellos tiempos fueron difíciles. Estaba segura de que no había nada, excepto el eco de un leve remordimiento, que pudiera impedirle desafiar tan peligrosamente a su familia. Así, presa de una placentera angustia, los días se convirtieron en sus noches y las noches en sus días, porque Romeo las iluminaba con su presencia, sus doradas palabras y esas promesas infinitas que les auguraban un futuro de ensueño juntos.
Al alma errante le pareció por un momento que su corazón había empezado a latir de nuevo. Dejó escapar un suspiro inaudible, del mismo modo que la vida la había dejado escapar a ella cuando decidió volver el puñal contra sí misma. Sin embargo, jamás podría arrepentirse de su decisión: morir por amor seguía sin parecerle una locura.
